Admiro la dureza del norte, debe ser el polvo hostil de sus tierras
la aridez, la sequía
el terreno desprovisto de sitios para guarecerse
el implacable sol
lugares que no dan ninguna tregua.
Sin duda, prefiero la fértil humedad sureña
con sus cerros selváticos
sus escurrimientos continuos.
Los brillantes colores de la vida
los estridentes diseños y contrastes en las pieles o plumajes de sus habitantes.
Los escondrijos, los ríos barranqueros,
las grutas frescas con su tierra fría para resguardarse.
El bochorno de la evaporación
exhalada por las plantas y hierbas.
El sonido de mis pasos entre la hojarasca
el rechinar y tronido de las ramas y enredaderas.
El barro en el lecho de sus aguas
sus piedras multicolores
sus rocas incrustadas de vida fósil.
Vida, pura vida.
Los cantos de sus aves
las alarmas melódicas ocultas entre el follaje
los sonidos de la acertada huida de insectos y reptiles mientras avanzas
sujetos de nuestros miedos visibles solo de reojo
tarántulas, serpientes
peligrosos espejismos
mortales quimeras para el incrédulo.
Que decir de los fríos paisajes de las regiones centrales
la majestuosidad y elegancia de sus pinos y abetos
el olor a vida verde que embriaga tus pulmones
sus peligrosas barrancas
los macizos desquebrajados de roca
que emergen como ídolos entre la vegetación
promontorios tan antiguos como nuestros miedos.
El ritmo de sus vientos
el suave silbido helado estremeciendo las copas de los pinos
guiando la danza de los filamentos verdes de sus pastos.
La artesana rugosidad de sus firmes troncos
escaleras al cielo con fuertes raíces terrenales...