Siempre he tenido esa cabeza inconforme, maniatada por un puto espacio de confort -alguien con quién compartir restos y sobras; engañarse pensando en el futuro, aunque sin disfrutar por el miedo a la pérdida y angustiado por la factura de la muerte pendiente-.
Estúpida incongruencia disfrazada de dialéctica: trabajar por sobras, esperando poderle pedir a la tienda de raya un crédito para comprar un poco de libertad y envenenarme por diversión y repudiar todo aquella disciplina que conduzca a cualquier trascendencia; disfrutar un "presente" que se extingue constantemente, evadiendo las repercusiones y posibilidades del futuro; tratar de olvidar todo lo que estorba y enfrenta, incluso el hecho de que el recuerdo transmuta en experiencia y la experiencia en conocimiento (nuestros recuerdos y olvidos requieren de manera urgente de una decisión consciente...); temer tanto a la soledad -y a la responsabilidad que conlleva- orillado a mantenerme cerca de alguien a costa de engendrar rencores y odios, reproches, dependencias, adicciones...
[Así surge la "Maldición Trascendental"]
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