viernes, septiembre 20, 2013
El Arreglador
Cada que sentía que algo iba mal en su vida, que regresaban aquellos recuerdos y reproches por los cuales en su momento presente no podría ya hacer nada, se disponía a sacar los papelillos donde iba anotando sus historias no cuajadas-servilletas sucias, publicidad que le daban en la calle, hojas arrancadas de diversos cuadernos-; desarmaba los rompecabezas de paisajes o imágenes de arte clásico; revolvía sus libros; desalojaba la ropa del closet.
Así, en medio del caos que creaba en pocos minutos, tendría el poder de arreglar algo-o intentarlo al menos- por horas, días, semanas…
Pero al transcurrir del tiempo y observar su avance, al mirar que estaba a punto de terminar, volvía esa premonición que el vacío del orden le generaba. Y, de nuevo, desarmaba todo, desarticulaba los poemas y cuentos-palabra por palabra-; desordenaba lo que había podido reacomodar. Todo para estar, otra vez, en medio de ese caos al cual se había habituado desde hacía mucho tiempo y que de alguna manera era el espacio confortable donde sabía vivir mejor.
El arreglador no podía acabar, ya que lograda su misión, no le esperaba nada.
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