ENCUENTRO DE DESENCUENTROS
Y corro hacia tus ojos
desempacando besos y caricias.
Enrique González Rojo
De no haber sido por el común acuerdo de capitular nuestros días, hace unas noches habríamos cumplido seis años juntos. A pesar de haber roto la cotidiana agonía unos meses antes y de otorgarles el canceroso don del silencio a nuestras adictas necesidades, esa noche te hallé por casualidad en un sueño: yo hacia mi rutina, tú hacías lo propio; en uno de esos momento en que los sueños son tan tuyos, estás tan envuelto en ti mismo y sólo importa hacer lo necesario para poder realizar eso que quieres-pero lo deseas tanto que no te das cuenta que ya lo has vivido, sólo que no estabas despierto-... apareciste.
Y como la segunda de Newton, rompiste una inercia y contribuiste a una nueva trayectoria, pero algo le salió mal a la Física enferma del Universo porque de nuevo nos hallamos uno junto al otro. En el sueño eso ocurrió muy rápido: nos vimos -y sin palabra alguna que mediara irrelevancias entre nosotros-, nos abrazamos y se rompió el cáliz de nuestros egos. El silencio primordial transmutó de la miope interpretación, a una holística comprensión.
Te sentí como en nuestros mejores bromas y risas, lisonjas, orgasmos, acuerdos, espacios...
todo aquello en ese abrazo aguado, sin ti, sin mí, sin nosotros...
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